Para comprender las razones de la farsa que tuvo lugar en el Despacho Oval de la Casa Blanca el 28 de febrero, conviene observar lo que ocurrió en Alemania tan solo unas horas después: Friedrich Merz, exejecutivo de BlackRock esperando ser nombrado canciller alemán, anunció un paquete de 900.000 millones de dólares —el doble del presupuesto federal anual de Alemania— para gastos en defensa e infraestructura. (En un boletín del 24 de febrero, BlackRock había anticipado que el resultado de las elecciones en Alemania permitiría un mayor gasto). Unos días después, Merz confirmó la puesta en marcha de propuestas radicales (la mayor reforma de la política monetaria desde la reunificación, junto con una reforma constitucional) destinadas a reducir las restricciones al aumento de la deuda para permitir un mayor gasto en defensa, algo que contrasta fuertemente, por supuesto, con la austeridad fiscal impuesta en toda la UE durante las últimas dos décadas, en particular mediante las sádicas medidas impuestas a Grecia.
Como suele ser el caso, tout se tient. Basta con conectar los puntos para comprender que los sucesos geopolíticos clave de hoy se originan en el motor elemental y el salvavidas desesperado del capitalismo contemporáneo: la deuda. Zelensky y Trump se enfrentan frente a las cámaras ("esto va a ser un gran show en la televisión", dijo el Donald). Unas horas más tarde, el ex comediante, ahora víctima de acoso institucional, es bienvenido de nuevo en la Europa liberal por la "coalición de los dispuestos" ( ¡sic !), un grupo de políticos lúgubres liderados apropiadamente por Keir Starmer. Mientras tanto, como un perro de Pavlov, la indignación de todas las "fuerzas verdaderamente progresistas" se desata en el Viejo Continente. Y, en ese contexto, el Bundestag (parlamento alemán, AyR) capitaliza la indignación general para reducir las medidas de control alemanas del gasto fiscal, engrasando las impresoras de dinero: ¡más deuda para nosotros y para todos! Las condiciones son perfectas: una Große Koalition (Gran Coalición, AyR) recién formada, una recesión en curso y, lo más crucial, la irresistible escena primigenia de dos formas de "locura política" (Trump y Putin) aparentemente haciendo el amor. Trasde la crisis de la Covid, el freno de la deuda puede suspenderse de nuevo debido a "emergencias inusuales fuera del control gubernamental". Es el tan esperado momento de "whatever it takes" (cueste lo que cueste, AyR) de Alemania, su espectacular capitulación ante la presión económica camuflada como responsabilidad geopolítica. Bajo el nuevo liderazgo de "BlackRock Merz", el último bastión de la disciplina fiscal se convierte al modelo estadounidense de "crecimiento financiero" basado en la deuda. Como era de esperar, enormes cantidades de capital están ahora fluyendo hacia las acciones alemanas, la mayor afluencia desde la bonanza pandémica. El espectro de Weimar, al parecer, ya no acecha al país.
Mientras Berlín anuncia un megaestímulo económico de casi un billón de euros, en Bruselas Ursula von der Leyen se saca de la chistera el proyecto Re-Arm Europe (que ha sido posteriormente rebautizado con mayor sobriedad como Readiness 2030). En un esfuerzo coordinado, los funcionarios del "capitalismo catastrofista" proponen levantar las restricciones al gasto deficitario siempre que este se utilice para defensa (que es simplemente otra palabra para hacer la guerra). Aparentemente, Re-Arm Europe podría movilizar algo así como 840 000 millones de euros para nuestra seguridad, ya que no podemos darle la espalda a Ucrania en su hora más oscura (sin importar el hecho de que la guerra está perdida hace mucho tiempo, habiendo resultado en la trágica y evitable pérdida de cientos de miles de ucranianos); así como no podemos esperar hasta que Putin invada Portugal. Lamentablemente, esta declaración no es una broma, sino que refleja la inquietante narrativa que hemos estado recibiendos durante los últimos tres años. Surge aquí una pregunta muy simple: ¿por qué estarían los rusos tan ansiosos por invadir Europa si ya tienen demasiado territorio y recursos que gestionar, además de una economía en crecimiento? Por cierto, si Europa se toma en serio el “rearme”, algo que aún está por demostrar, necesitará recortar los gastos sociales (educación, infraestructuras, sanidad, pensiones, etc.) y redirigir los fondos al gasto militar, como advirtió incluso el Financial Times. Esto también implicaría aumentar la compra de armas a —¿adivinen a quién?— EEUU, que ya aumentó un 35% durante la administración Biden. Mientras tanto, sin embargo, bastará con alarmismo, como recomienda la UE, también mediante un grotesco videomensaje que merece ser analizado como un ejemplo notable de comunicación posmoderna, para que tengamos suministros de emergencia para 72 horas (después de lo cual, al parecer, no tendremos más opción que morir).
Esta situación es trágica y absurda, ya que ahora exige aplicar una capa de pintura verde militar a una economía europea que se ha visto atrapada en la ruina tras años de sufrimiento autoinfligido, desde el Green New Deal hasta los dieciséis paquetes de sanciones contra Rusia (que, por supuesto, funcionaron al revés de lo que nos prometieron). Dicho sea de paso, quizá hayan notado la indiferencia del establishment, que ha pasado del compromiso con la sostenibilidad ambiental, ejemplificado por las inversiones ESG, a la retórica agresiva destinada a reforzar el complejo militar-industrial. ¿Producirán, acaso, armas ecológicas? Es evidente que lo «verde» tiene un significado flexible y fluido, perfectamente adaptable a las necesidades del mercado, que cumple tanto objetivos ambientales como fines militares «existenciales». Así que podemos persistir en dejarnos embaucar por Frau Ursula y sus socios tecnocráticos, como les encanta hacer a muchos intelectuales pseudoizquierdistas, o podemos reconocer que solo existe una verdadera emergencia: el monstruo bicéfalo de la estanflación estructural, con el potencial colapso financiero que conlleva. Es este monstruo el que impulsa a los titiriteros a buscar excusas cada vez más peligrosas para generar imprudentemente enormes cantidades de crédito a partir de la nada económica: montañas de crédito que se supone caerán sobre un sistema quebrado. El nuevo clamor armamentístico busca generar más deuda como un "estimulante saludable" para los Estados miembros debilitados, quizás en previsión de la disolución de la eurozona.
En lugar de reflexionar sobre las causas subyacentes del declive, los líderes tecnocráticos europeos vinculan el gasto deficitario a una narrativa frenética de emergencia geopolítica. La verdad fundamental de esta narrativa es que Occidente ha agotado toda capacidad de "milagros económicos". De hecho, las tasas de crecimiento llevan mucho tiempo estancadas, el trabajo es precario, las monedas fiduciarias se están devaluando, la deuda es estructural y las burbujas financieras resultantes se "gestionan" mediante grotescas manipulaciones de emergencia. En todo caso, la nueva carrera armamentística pone de relieve las tendencias elitistas y antidemocráticas del liderazgo europeo, lo que bien podría provocar el colapso del euro, especialmente si consideramos que, al estar alineado con BlackRock, Merz es principalmente leal a los intereses del capital financiero transnacional. Si los rendimientos de la deuda europea se disparan —similar a lo que ocurrió con los bonos alemanes el 5 de marzo—, la situación podría descontrolarse. En tal escenario, la "movilización bélica" podría pasar de ser una mera táctica de propaganda a una auténtica catástrofe.
En términos hegelianos, el mal reside en el ojo que percibe el mal a su alrededor: podríamos caer en la barbarie sin comprender sus causas subyacentes. Al fin y al cabo, el colapso de una civilización se evidencia más claramente en su reticencia a la introspección. Y la incompetencia de quienes ostentan el poder no es una anomalía, sino la imagen correcta de nuestro momento histórico, donde el Homo economicus se tambalea bajo el peso de su propia lógica. En otras palabras, el colapso estructural del contrato social entre trabajo y capital, que sustenta el orden liberal moderno, solo puede conducir a un aumento del cinismo institucional. Pero, insisto, hoy en día no hay nada más ideológico que confundir este cinismo con la raíz de todos nuestros problemas. Si simplemente reaccionamos con horror ante las acciones de una élite política psicópata, probablemente lo hagamos para distraernos del miedo paralizante de afrontar las razones del colapso de toda una civilización.
En primer lugar, debemos conservar un mínimo de memoria histórica. Es decir, debemos partir del cambio de paradigma de finales de la década de 1980, cuando la globalización decretó la victoria del modelo occidental de una economía de mercado altamente financiarizada. Se nos dijo que estábamos entrando en la era del "dividendo de la paz" y la prosperidad global, que muchos creían eterna. De hecho, fue una falsa utopía que duró apenas una década. Con la llegada del nuevo milenio, resurgió la esencia reprimida del capitalismo, es decir, la verdad sobre un ecosistema socioeconómico que se había impuesto gracias a una sólida base de violencia, saqueo y engaño. Sin embargo, el optimismo ideológico en torno al progreso capitalista, tanto desde la derecha como desde la izquierda de marcos políticos cada vez más obsoletos, optó por ignorar las nuevas áreas de pobreza masiva generadas por el impulso de la globalización, así como las guerras con las que Occidente, liderado por EEUU, asumió el papel de policía global. Como era de esperar, la última etapa de esta constelación en colapso se ha caracterizado por un resurgimiento del militarismo occidental (la «guerra contra el terrorismo») y convulsiones cada vez más frecuentes de burbujas financieras (las puntocom en 2000, las subprime en 2007-2008), que ahora son abiertamente manipuladas (como lo demuestra el golpe financiero global que ha pasado a la historia como una pandemia). En resumen, el modo de producción capitalista ha confirmado desde hace tiempo su verdadera naturaleza como modo de destrucción.
Ahora nos quedamos con la gestión de crisis cada vez más caótica de un sistema económico frágil que es estructuralmente obsoleto, ya que es incapaz de socializarse a través de la extracción de valor del trabajo ("el dinero ha perdido su calidad narrativa", como escribió Don DeLillo en Cosmopolis ). Mientras tanto, el proyecto de globalización ha fracasado. En la competencia interplanetaria, Occidente ahora está perdiendo en todos los frentes: económico, militar, político-diplomático. La propia política exterior estadounidense, ahora basada en una retórica hostil al "universalismo progresista", surge de la constatación de que los niveles de deuda insostenibles socavan cualquier aspiración de dominio global que las recientes administraciones estadounidenses aún intentaron mantener. Con la elección de Trump, un efecto más que una causa de este cambio, el enfoque se ha desplazado de un supuesto monopolio del poder económico y militar, disfrazado de una misión universalista, a la gestión de una crisis de deuda interna potencialmente devastadora. Esto presupone la aceptación del principio de realidad: reconocer la reducida influencia de EEUU en un mundo multicéntrico donde la característica común es el declive.
En EEUU, el enfoque principal hoy es reducir los rendimientos de los bonos del Tesoro (títulos de deuda pública) para hacerlos atractivos nuevamente a medida que sus precios suben. Es crucial tener en cuenta que a finales de 2025, el gobierno estadounidense necesitará refinanciar una asombrosa suma de $9.2 billones en deuda que ha llegado a su vencimiento, que se emitió cuando el rendimiento a diez años estaba justo por encima del 2%, significativamente más bajo que las tasas actuales. Con una deuda total que supera los $36 billones y continúa creciendo, la única prioridad real es encontrar una manera de reducir rápidamente los rendimientos, creando así al menos una ilusión de sostenibilidad de la deuda. ¿Y qué mejor manera de lograr este resultado que forzar la mano del banco central (Reserva Federal) invocando la amenaza de un colapso financiero acompañado de una recesión violenta? Una recesión en toda regla, justificada creativamente, podría resultar ser, con mucho, el mecanismo más efectivo para aliviar la carga de la deuda.
Europa, mientras tanto, parece no poder hacer más que ocultar su desnudez tras una grotesca carrera armamentística destinada a apuntalar burbujas financieras. Este es solo el último capítulo de un prolongado período de engaño que comenzó con el rápido auge de la financiarización neoliberal. Si bien esta última impulsó el poder adquisitivo a finales del siglo pasado, sobre todo en Occidente, carecía de un verdadero valor subyacente. Ahora, las agobiantes limitaciones del capitalismo financiero-especulativo nos están dejando una factura considerable. Los acontecimientos geopolíticos y biopolíticos de los últimos años no tienen potencial causal: son simplemente síntomas malsanos de un colapso que afecta primero a los hiperendeudados e improductivos.
Si el resultado de las estrategias de gestión de crisis conduce inevitablemente a una devaluación monetaria, ya sea por inflación o deflación, quizá sea el momento de confrontar el fetiche del dinero para buscar finalmente alternativas al sistema moderno de producción de materias primas. Todas las políticas reformistas tradicionales, incluidas sus diversas variantes izquierdistas, son cada vez más absurdas y socialmente represivas ante una adicción al crédito que destruye las monedas fiduciarias. El único atisbo de esperanza parece residir en el surgimiento de un movimiento de resistencia y transición, idealmente basado en el repudio a la guerra, que podría fomentar una nueva conciencia de las contradicciones inmanejables que configuran la vida bajo el capitalismo y que intente trascenderlas.