La psicosis del capital ficticio y el colapso termodinámico de la hegemonía estadounidense
Contexto preliminar: Este ensayo continúa mi exploración de la dinámica de la fase actual de acumulación de capital desde la perspectiva del capital ficticio, los circuitos de flujo de valor y las restricciones termodinámicas y materiales. Intenta atar cabos.
19.VII.2025
El Congreso de EEUU aprobó esta semana la Ley GENIUS, anunciando el inicio de un nuevo capítulo en la expansión del capital ficticio. Al hacerlo, expresa una característica de nuestro tiempo, que he descrito como psicosis financiarizada. Visto desde un amplio contexto histórico, podemos ver cómo la inminente era de las criptomonedas (“Stablecoins”) estadounidenses, respaldadas por bonos del Tesoro estadounidense, no anuncia el comienzo de la tierra prometida de la innovación financiera, sino que consolida el desarrollo de la crisis de la acumulación de capital occidental y de su dominio global.
El caos que observamos es agudo porque están teniendo lugar en Occidente de manera simultánea una crisis de sobreacumulación de capital ficticio, una crisis de degradación energética y una crisis cultural que ya no puede racionalizar la separación de la riqueza financiera de una existencia real. Cabe preguntarse ahora si ha llegado una fase terminal.
El largo siglo XX (The Long Twentieth Century), de Giovanni Arrighi, describe un marco profundo para comprender el ascenso y declive de las hegemonías en el sistema-mundo capitalista moderno. Cada hegemón —genovés, holandés, británico y, finalmente, estadounidense— dirigía un sistema de acumulación que comenzó con una expansión productiva, pasó a la financiarización en su crescendo, y colapsó bajo el peso de sus propias contradicciones. Sin embargo, el marco de análisis de Arrighi, si bien profundamente perspicaz, resulta incompleto si se analiza únicamente desde la perspectiva de las finanzas y la geopolítica. Si integramos en él las realidades termodinámicas que destaca el modelo de análisis VES (Systemic Exchange Value, Valor de Intercambio Sistémico) que he estado desarrollando, según el cual la creación de valor se basa, en última instancia, en los flujos de energía y los retornos energéticos sistémicos, llegamos a un diagnóstico más completo y alarmante: Occidente, y EEUU en particular, están experimentando actualmente un declive y agotamiento sistémico.

La financiarización como síntoma terminal
Según el el esquema de Arrighi, la financiarización de la economía de una potencia hegemónica no indica revitalización, sino declive. Marca la transición de un régimen de expansión material, donde el valor se genera mediante la producción y el intercambio de bienes, a uno de expansión financiera, en el que el capital busca rentabilidad mediante la especulación, el crédito y el apalancamiento para reclamar valores futuros. Gran Bretaña experimentó esto a finales del siglo XIX, cuando la City de Londres eclipsó su núcleo industrial. EEUU está viviendo esta fase desde el colapso de Bretton Woods en 1971.
El sistema de Bretton Woods fue el marco institucional que aseguró el dominio estadounidense en la posguerra. Estableció el dólar como moneda de reserva mundial, anclado al oro, y apuntaló los flujos globales de comercio e inversión. Pero su colapso expuso una contradicción más profunda. Reveló que la economía estadounidense ya no podía soportar las obligaciones financieras que implicaba su papel global sin desvincular al dólar de cualquier anclaje material. Fue entonces cuando empezó de verdad la era del capital ficticio.
El capital ficticio —basado en la demanda de valores futuros careciendo de la base sólida de un excedente productivo— ha proliferado desde entonces en todos los ámbitos de la economía estadounidense. Las recompras por empresas de sus propias acciones financiadas de deuda, la conversión de activos inmobiliarios en valores negociables para especular con ellos, los préstamos con margen (mediante los cuales un corredor de bolsa ofrece a un cliente un préstamo para que pueda invertir en valores, utilizando los valores como garantía, AyR), los derivados y, más recientemente, las criptomonedas Stablecoins, todos ellos son nuevos instrumentos en este edificio de ilusión en expansión. A medida que el capital financiero encuentra menos salidas rentables en la actividad productiva con valor de uso real, se repliega en sí mismo, acumulando demandas sobre sí mismo y alimentando una ilusión de riqueza desconectada de la economía real.
Se trata claramente de un fenómeno financiero, aunque quizá esté desembocando actualmente en un desorden civilizatorio emergente. Un sistema que antes crecía mediante la producción de valores utilizables sobrevive ahora mediante la circulación de símbolos; una red en constante expansión y aceleración de valores de cambio que persiguen valores de cambio. La lógica del capital financiero se ha vuelto recursiva, autorreferencial y, en última instancia, caníbal. Este es el simulacro de Baudrillard en la esfera económica, un síntoma de la psicosis de la financiarización: un delirio masivo en el que la acumulación de capital parece infinita mientras los balances están siendo inflados y se mantiene la ilusión de liquidez.
Pero las ilusiones eventualmente deben confrontar el sustrato material que las sustenta.
La base energética: EROEI y los límites reales del imperio
Bajo la superficie de este salón de espejos financiero se esconde una erosión más fundamental. Nos enfrentamos a realidades termodinámicas. Las civilizaciones prosperan y fracasan no solo en función del acceso al capital o a los mercados, sino también del rendimiento energético de la energía invertida (Energy Return On Energy Invested, EROEI) de sus sistemas centrales de producción y reproducción. Aquí es donde comienza el marco de análisis VES. Parte de la premisa fundamental de que la energía es el recurso fundamental y, por lo tanto, un componente básico de todos los procesos económicos y sociales.
Las bases energéticas del poder estadounidense se establecieron en la era de los combustibles fósiles baratos y abundantes. Primero fue el carbón, luego el petróleo. La supremacía militar, industrial y agrícola de EEUU a lo largo del siglo XX se sustentó en sistemas petroleros con alto EROEI, inicialmente de origen principalmente nacional, y posteriormente globalizados mediante el control de las reservas de Oriente Medio y los acuerdos de reciclaje de petrodólares.
Pero esa abundancia energética se ha agotado, si bien no todavía en términos absolutos, sí en términos relativos. Los principales sistemas energéticos estadounidenses actuales, en especial el petróleo de esquisto bituminoso (fracking), ya no son abundantes. Son cada vez más escasos y se caracterizan por su marginalidad. El índice EROEI o rentabilidad económica del petróleo obtenido mediante fracking ronda los dígitos individuales, siendo considerablemente inferior a la eficiencia observada en los inicios de la era petrolera. Las fuentes no convencionales, como las arenas bituminosas, los yacimientos en aguas profundas y los biocombustibles, tienen una rentabilidad aún peor.
La disminución del índice EROEI es una limitación real y material. Los sistemas con EROEI bajos consumen cada vez más energía simplemente para acceder a nueva energía. Esto deja menos excedente neto para apoyar a los sectores no extractivos de la economía. El resultado es un vaciamiento de la productividad real, a pesar del crecimiento nominal (establecido financieramente). No es casualidad que la economía estadounidense dependa cada vez más del trabajo en el sector de servicios con bajos salarios, el consumo financiado con deuda y las burbujas especulativas de activos.
La economía estadounidense intenta ahora sostener un imperio mundial y un sector financiero inflado mediante una base energética que, en términos termodinámicos, está implosionando. La ilusión de prosperidad se mantiene mediante la emisión de crédito y la ingeniería financiera, pero el metabolismo físico real del sistema se está deteriorando.

La convergencia de las crisis
Vivimos, pues, una convergencia de crisis estructurales, una interacción tóxica y maligna de capital ficticio inflado y pérdida de capacidades energéticas, que se amplifican mutuamente. El intento de mantener las valoraciones del capital ficticio mediante estímulos monetarios e inflación de los precios de los activos aumenta la amenaza de inestabilidad y colapso del sistema. Sin embargo, incluso si la reforma del sistema financiero fuera posible, la base material necesaria para reactivar la expansión productiva ya no existe en su núcleo.
Esto es lo que diferencia la fase actual de las crisis anteriores. Durante la Gran Depresión, EEUU aún contaba con una base industrial en crecimiento y un rendimiento energético creciente sobre el que construir. Hoy, no tiene ninguna de las dos cosas. Está gestionando el declive mediante alucinaciones.
Mientras tanto, los centros de expansión productiva están cambiando su dirección. China, la periferia euroasiática y, en general, el Sur Global están invirtiendo en un crecimiento impulsado por la construcción de infraestructuras, sistemas con una mayor tasa de rendimiento energético según el índice EROEI (incluida la coordinación de energía solar, hidroeléctrica y nuclear, y cada vez más, en el almacenamiento posterior, incluido el hidrógeno) y ecosistemas industriales electrificados más integrados con las cadenas físicas de suministro. Estos avances están impulsando cambios geopolíticos y una transformación sistémica de los flujos globales de valor y sus contornos de distribución espacial.
Occidente, en cambio, permanece atrapado en una lógica financiarizada con un índice EROEI relativamente bajo. Sus herramientas políticas —sanciones, contracción monetaria y trampas de liquidez en dólares— son los instrumentos de una potencia hegemónica en declive que intenta preservar sus privilegios rentistas en un mundo que ya no la necesita.
Hacia una reconfiguración poshegemónica
Si tomamos en serio el ciclo completo de Arrighi, debemos reconocer que la expansión financiera no es una estrategia de rejuvenecimiento. Al contrario, es un preludio a una inestabilidad sistémica y posiblemente al inicio del caos. Al observar el caos emergente, vemos, en efecto, testigos de la fase final de este largo período de acumulación que precede al colapso o la reconfiguración sistémica.
Curiosamente, mientras que los anteriores poderes hegemónicos (hegemones) como Inglaterra podían descargar su decadencia en una potencias civilizatoria "cercana" (lo que se ha descrito como translatio imperii) , la coyuntura actual parece indicar algo más. En lugar de un único sucesor de la civilización dispuesto a absorber las funciones de la hegemonía estadounidense, el sistema global parece estar evolucionando hacia una estructura menos centrada, lo que hemos descrito vagamente como multipolar o tal vez, incluso, multinodal.
En esta reconfiguración multipolar vemos sistemas regionales superpuestos, diferenciados por sus perfiles energéticos, capacidades políticas y orientaciones civilizacionales.
Algunas de estas podrían desarrollar sistemas de producción de valor más ecológicos y energéticamente racionales que integren energía de alto valor EROEI con el aprovisionamiento económico fundamental y la reinversión productiva. EEUU, mientras tanto, parece estar, al menos por el momento, atrapado en un torbellino de trayectorias y prioridades de bajo valor EROEI. Sin embargo, en algún momento, EEUU habrá de enfrentar a una especie de bifurcación en su camino. Y entonces, se fragmentará o se transformará. Sus tormentos actuales, en algunos aspectos, podrían ser interpretados desde una perspectiva terapéutica, la de un paciente que lucha con los efectos autoinmunes de sus adicciones y la comprensión de que las cosas no pueden seguir como hasta ahora. El dolor —por la pérdida de la primacía histórica— y las ansiedades de ser desplazado que esto conlleva son rasgos definitorios del estado actual de EEUU.
La transformación requeriría rechazar el capital ficticio, llevar a cabo un reequilibrio hacia la productividad material, y una profunda y enérgica reestructuración. Habría que desplazar los arraigados intereses creados de las élites, identificados hace tiempo por figuras como C. Wright Mills. Esto es improbable en la actualidad. La fragmentación —que es quizás, ahora mismo, la vía más probable— implicaría la desintegración interna, la regionalización y un creciente recurso a la gestión autoritaria del declive.

¿El fin del imperio simbólico?
La idea de Paul Virilio de que “la invención del barco fue también la invención del naufragio” es una advertencia no sólo sobre la tecnología, sino también sobre la política de la velocidad.
En la fase actual de psicosis del capital ficticio, la velocidad misma se ha convertido en un imperativo sistémico. Los sistemas de comercio de alta frecuencia llevan a cabo transferencias financieras en milisegundos; los productos financieros se emiten con solo pulsar un botón; las Memecoins y los Stablecoins circulan como títulos hiperfluidos sin vínculo alguno con un valor material. Esta compulsión dromológica —la búsqueda de la velocidad por sí misma— refleja un sistema que debe superar sus contradicciones. Cuanto más se desvincula el capital ficticio de las bases productivas del valor real, más rápido debe renovarse para mantener su credibilidad.
Sin embargo, los circuitos de transformación material, en especial la producción energética y la inversión en infraestructura, operan en escalas temporales geológicas y termodinámicas. Esto introduce una disyunción temporal entre la velocidad del valor simbólico y la latencia de la producción real de excedentes energéticos. La digitalización de las finanzas crea así una ilusión de movimiento y dinamismo, incluso mientras la base energética se erosiona bajo ella. El resultado es un sistema atrapado en una aceleración sin destino. Se trata de un relativismo financiero autorreferencial que socava cualquier fundamento estable de la economía física.
La financiarización actual ya no se limita a las hojas de cálculo y los mercados; ha adquirido una cualidad cinematográfica. La financiarización es ahora Hollywood, que no solo vive en las pantallas de cine o en los dispositivos portátiles como viñetas de entretenimiento. Hollywood se ha convertido en la condición sine qua non de la modernidad estadounidense y su poder blando (Soft Power). Actualmente vivimos el colapso de un imperio simbólico. Este imperio se ha mantenido unido por ilusiones y una máquina de simulacros hiperrealistas, cada vez más desvinculada de la capacidad productiva o el excedente de energía.
Hollywood ya no es una mera industria del entretenimiento. Es la infraestructura estética del capitalismo financiero estadounidense. Sus paisajes oníricos de riqueza ilimitada, poder ilimitado, omnipotencia tecnológica y movimiento perpetuo no son reflejos pasivos de una sociedad, sino componentes activos del aparato de poder blando del capital ficticio. Proporcionan los mitos necesarios que animan el sentimiento inversor, la fantasía del consumidor y, durante muchas décadas, la legitimación geopolítica. Hollywood no solo está en la pantalla; es la pantalla a través de la cual el mundo ve a EEUU. En lugar de las calles sucias de Los Ángeles, marcadas por la indigencia y el abuso de opioides, vemos un simulacro brillante, hiperreal e ideológicamente seductor. Es el nodo central de un imperio simbólico, que produce narrativas que forman símbolos que circulan como valor en sí mismos, reforzando el andamiaje semiótico de Wall Street, Silicon Valley y el dominio global del dólar.
Pero este imperio simbólico se derrumba ahora bajo el peso de su propia hiperrealidad. El capital ficticio es la economía de símbolos por excelencia; es un juego recursivo de valoración donde el valor no lo otorga la sustancia subyacente, sino la narrativa, la marca y la viralidad. En este mundo, el Memecoin y la franquicia Marvel operan con lógicas similares: la generación de confianza mediante la repetición, el espectáculo y la suspensión de la incredulidad. Sin embargo, como advirtió Jean Baudrillard, un sistema de símbolos desvinculado del orden sacramental de la realidad finalmente entra en un estado de implosión simulacral, donde los símbolos ya no se refieren a nada más que a otros símbolos. Las Memecoins hacen referencia a otros criptomonedas: el lenguaje de los "pares comerciales" vincula las ficciones al registro conceptual del intercambio de valor. En este mundo, lo real, lo material y lo productivo desaparecen. Ya no forman los cimientos de una economía política funcional ni de un acuerdo social.
Esta es la etapa eurobórica del capitalismo simbólico: una serpiente que se devora la cola, persiguiendo un impulso sin rumbo. En su afán por mantener el movimiento en nombre de la «liquidez», el sistema canibaliza sus propios mitos, produciendo espectáculo como sustituto del excedente energético, prospera gracias a la efímera publicidad en lugar del trabajo rutinario de la producción de valor de uso y se apoya en el valor cinematográfico en lugar del valor energético. Los símbolos que antaño proyectaban poder ahora ocultan decadencia. ¡Cómo cambian las cosas! Y, como todos los grandes imperios basados en una ilusión, termina en la entropía.
EEUU se alimenta de las ilusiones del crédito infinito, la liquidez eterna y la trascendencia tecnológica. Pero el mundo real —el mundo termodinámico y material— ha regresado con fuerza. El marco de análisis SEV, al combinarse con la articulación de las hondas de larga duración de Arrighi , revela las características del declive estadounidense que sustentan nuestra coyuntura actual. Quizás, solo quizás, la era de la psicosis del capital ficticio esté llegando a su fin. Lo que viene a continuación aún no está claro. Pero no lo determinarán las tasas de interés ni el sentimiento financiero. Lo decidirán la física de la energía, la lógica de los sistemas y las economías morales que rigen lo que valoramos y lo que estamos dispuestos a dejar atrás.
Este momento de desintegración de la civilización (occidental) representa el fin de un ciclo hegemónico y presagia la culminación de una dialéctica más profunda de ilusión y poder. La advertencia de Adorno y Horkheimer de que la industria cultural vuelve pasivo al público, lo cosificado y vuelve incapaz de razonar con pensamiento crítico encuentra ahora su máxima expresión en el complejo estético-financiero digital. En este complejo, las imágenes, los símbolos y las señales del mercado funcionan como verificaciones omnipresentes, desdibujando nuestra relación con el mundo real y entre nosotros, convirtiéndola en una única corriente de irrealidad mercantilizada y administrada.
Baudrillard anticipó en su momento que la era de la simulación reemplazaría la sustancia con bucles basados en referencias, y que esta dinámica persistiría hasta que la sociedad perdiera la capacidad de distinguir lo real de lo representacional. Arrighi nos mostró que la financiarización marca el ocaso del poder hegemónico. Quizás estemos presenciando el «último hurra», un intento frenético de sacar provecho de la expansión pasada del capital. El marco de análisis SEV refuerza el diagnóstico al razonar que ya no hay suficiente energía excedente para sustentar siquiera la maquinaria misma del espectáculo. Los circuitos del intercambio simbólico giran cada vez más rápido, desvinculados de la producción física y del soporte energético, hasta que colapsan en la entropía. En esta etapa final, Occidente se enfrenta no solo al agotamiento del imperio, sino al agotamiento de las mismas condiciones que antaño hicieron posible el imperio simbólico. Es el espectáculo devorándose a sí mismo. Es el colapso de la confianza, del excedente energético y del significado.
La razón por la que todo esto parece muy confuso es que todo esto está sucediendo a la vez.