22.X.2023
EEUU se encuentra patrocinando dos conflictos que acaparan la atención mundial. En Ucrania, lidera a sus aliados europeos en el suministro de armas, municiones y asistencia económica al gobierno ucraniano contra las fuerzas rusas. Y ahora, en Oriente Medio, es el principal patrocinador de Israel, ya que responde de forma desproporcionada a las incursiones de Hamás el 7 de octubre.
En ambos casos, la ayuda militar estadounidense es excesiva.
Solo en Ucrania, incluso periódicos estadounidenses como el New York Times admiten que Rusia produce siete veces más municiones que EEUU y Europa juntos. Rusia no solo fabrica más municiones, sino que también las fabrica a un precio mucho más bajo que Occidente. Esta tendencia se observa en diversos tipos de armas y equipos. Al comprender que los combates en Ucrania son de desgaste, Occidente se ve obligado a reconocer la improbabilidad de una victoria ucraniana.
Con el estallido de combates en Oriente Medio entre Israel, aliado de EEUU, y militantes de Hamás, mientras Israel contempla una incursión a gran escala en Gaza y ante la amenaza de una escalada del conflicto en la región, EEUU se encuentra intentando abastecer tanto a Ucrania como a Israel con reservas ya agotadas y con una producción claramente insuficiente.
En segundo plano, se cierne el conflicto que EEUU pretende provocar con China por la cuestión de Taiwán. EEUU ya tiene dificultades para cumplir incluso con acuerdos de suministros de armas acordados previamente con las autoridades taiwanesas. Si estallara un conflicto en el Pacífico mientras continúan los combates tanto en Ucrania como en Oriente Medio, EEUU vería sus recursos, críticamente limitados, aún más limitados. La posibilidad de que EEUU logre alguno de sus objetivos estratégicos actuales, y mucho menos todos, se vuelve cada vez más improbable.
Si bien los responsables políticos estadounidenses exigen una mayor producción para abordar este problema evidente y creciente, es más fácil decirlo que hacerlo. Expandir la producción militar industrial requiere inversiones para ampliar el espacio físico de las fábricas, invertir en equipos de fabricación adicionales, ampliar las instalaciones de producción, asegurar más materias primas y obtener los recursos humanos necesarios para cada proceso. Esto requiere grandes inversiones de tiempo y dinero, y es un proceso que podría durar años, superando el lapso en que se desarrollan los conflictos auspiciados por EEUU.
El otrora indiscutible poder militar, económico y político de EEUU ha menguado significativamente en los últimos años, una realidad que los responsables políticos en Washington se niegan a reconocer mientras persiguen objetivos de política exterior pese a carecer de los medios materiales necesarios para alcanzarlos.
El orden internacional basado en normas que EEUU presume liderar, que incluye el papel de Washington a la hora de decidir qué naciones tienen razón y cuáles no, en cualquier conflicto, ha comenzado a desmoronarse. Es un proceso que muchos en todo el mundo celebran, y con razón.
Incluso a primera vista, la idea de que EEUU lidere un orden internacional basado en normas en el que el resto del mundo encuentre su lugar resulta problemática. EEUU representa solo alrededor del 4 % de la población mundial. Incluso los países del G7 en conjunto, incluido EEUU, solo representan el 10 % de la población mundial. La población de China por sí sola representa más del 17 % del total mundial, y los BRICS, de los que China forma parte, representan el 42 % de la población mundial.
¿Por qué deberían entonces EEUU y sus aliados dominar las instituciones globales y determinar el curso de acción ante las crisis globales? ¿Por qué debería EEUUs tener la capacidad de decidir cómo las naciones gestionan sus asuntos políticos internos, qué políticas exteriores siguen o el tipo de sistemas económicos a los que se adhieren?
La respuesta rápida es que no debería poder hacerlo. Pero incluso si se intenta explicar por qué EEUU debería arbitrar los asuntos mundiales, la realidad es que ya no es capaz de hacerlo.
Fue su enorme base industrial, su inmenso poder militar y su liderazgo en investigación y desarrollo, educación e infraestructura en relación con el resto del mundo lo que le proporcionó el poder y la influencia que lo colocaron en una posición de liderazgo global después de la Segunda Guerra Mundial, y de nuevo tras el fin de la Guerra Fría gracias a la disolución de la Unión Soviética.
Sin embargo, el mundo ha cambiado drásticamente desde entonces. La industria, la infraestructura y la educación se han atrofiado no solo en EEUU, sino en el resto del G7. Mientras tanto, Rusia ha resurgido como una importante potencia militar e industrial, mientras que China se ha consolidado como una de las naciones más poderosas del planeta, superando ya a EEUU en muchos aspectos y pronto lo superará en otros.
Una combinación de negligencia interna y una creciente competencia global ha colocado a EEUU en una posición difícil, si no imposible, para continuar buscando la hegemonía global. EEUU sufre una extralimitación estratégica crónica, sin que nadie en Washington dé señales de estar dispuesto a reconsiderar sus objetivos actuales de política exterior y su papel global en el mundo. No existe un debate genuino sobre la posibilidad de que EEUU encuentre un papel constructivo que desempeñar entre todas las demás naciones, en lugar de su actual obsesión por imponer un orden liderado por EEUU a todas las demás.
La realidad, sin embargo, es que, a pesar de la reticencia de Washington a este debate, este problema no puede ignorarse indefinidamente. Si EEUU se niega a cambiar su forma de relacionarse con el resto del mundo, este acabará tomando la decisión por él. Cuanto más demore EEUU en reconocer y rectificar su relación con un mundo cambiante, más recursos habrá agotado en vanos intentos por mantener un mundo unipolar, y menos recursos e influencia tendrá para determinar por sí mismo el papel que pretende desempeñar en un mundo multipolar.